martes, septiembre 18, 2012

LA JUNTA MÉDICA




Aquel 9 de marzo de 2009 debía presentarme ante una junta médica en SRT de Rosario, como requisito para acceder a la pensión de mi padre. Salimos con la Cristi y la Leti a eso de las 8:30 ya que el turno estaba asignado para la hora 11:00. Ellas, adelante; yo, en el asiento de atrás sentado sobre una especie de manto para protegerme de los pelos de la labrador de la Cristi, puesto que ella no había tenido tiempo de pasar la aspiradora en el auto. El viaje de ida fue de maravillas, salvo por el hecho de no haber podido yo articular palabra ya que no había tomado la  medicación de la mañana para asegurarme una evaluación favorable de mi discapacidad. De  esto, las chicas, no sabían nada. Llegamos al lugar indicado a la hora indicada. No esperamos ni cinco minutos, que ya oímos que reclamaban mi presencia. Cuando entramos al consultorio, no había tal Junta, sino una diosa  que de repente dice: “¡Cristi! ¿Cómo te va?” Era una médica de Venado que hacía informes para la verdadera Junta. En media hora me revisó, hizo unas notas, realizó unas preguntas, y me dijo que en veinte días tendría las conclusiones. Nos despedimos como viejos amigos y, a la salida, nos esperaba la Valo, recién llegada. En esa hora pico, el tránsito era un caso y debíamos caminar doscientos metros para llegar al auto. Y yo cada vez más duro. Entonces, espontáneamente, las chicas montaron todo un operativo: Valo se paraba en mitad de la calle y Leti, Cristi y yo en medio de ellas, cruzábamos  las calles de lo más cómodos. Fuimos a un restó frente al río, yo tomé mis remedios y, durante el almuerzo me dediqué a disfrutar del paisaje, relajado y feliz.   Luego, la Cristi debía hacer un trámite y yo me quedé con Silvia mientras la Leti volvía del departamento de sus hijos. El camino de regreso transcurrió sin novedad y con la expectativa puesta en la visita al Casino de Melincué que en la mañana nos habíamos prometido ya que ninguno de nosotros lo  conocíamos. Al llegar,  la Cristi estacionó en el primer lugar que encontró.  Al instante, un guardia privado le toca la ventanilla y le dice:
-Señora, este lugar es para discapacitados.
Sin mediar palabra, ella señala la parte trasera con el dedito pulgar y el guardia se percata de mí, envuelto en el manto, mezcla de Mortal Kombat  y Maravilla Martínez. El guardia, entre disculpas y reverencias llamó al personal de recepción del casino. Aparecieron tres o cuatro jóvenes de riguroso smoking y nos franquearon las puertas. Un poco más y despliegan la alfombra roja. Ya en las maquinitas, me siento en una de ellas,  pongo diez pesos y pulso el botón. Casi explota todo el salón. Había ganado ciento veinte pesos. Me quería retirar, pero las cicas me dijeron que siguiera un poco más. Cuando me quedaban sesenta pesos me planté y  fuimos a cobrar. Las chicas dijeron: veinte para cada uno. Y bueh, hecho. Recorrimos un poco las instalaciones y salimos, satisfechos emprendimos el último tramo hacia Venado.



© Juan José Mestre.

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