domingo, septiembre 02, 2012

Juárez Celman, los ecos de la sangre




Persecuciones políticas hubo en todos lados y en todas las épocas. Pero esta me tocó muy de cerca, aun cuando haya sucedido a fines del siglo XIX y yo acuse cincuenta y un años.
Paso a contarles la historia: En Córdoba, Paula Juárez y Jesús Quinteros .sí, sí, homónimo de aquel que hacía .El Perro Verde. en la tele-, se casaban con todo el boato que ameritaba ser miembro de la alta sociedad de la época. Es que la chica era prima de Miguel Juárez Celman, cuñado a su vez de Julio Argentino Roca y, a la sazón, presidente de la República.
En cuanto al novio hay que decir que, como militante del partido Radical, no contaba con la simpatía de los Juárez. Ese escenario en Córdoba no tenía futuro para la pareja, y no lo tenía porque ya estaba decidido por la casta gobernante. Unos días después de la boda, los subieron al vagón de un tren carguero que tenía por destino estos pagos… llegaron hasta San Francisco, una villa del sur de Santa Fe, ubicada a unos pocos kilómetros del pueblo de Venado Tuerto. No tengo bien en claro el último tramo ni cómo es que cayeron bajo la tutela del mítico comisario Sosa, pero .por fin. encontraron un lugar donde vivir y fundar la simiente de la familia.
Comenzaron a trabajar duro: Don Jesús en el campo y ella, Paula, como costurera. No tardaron en llegar los hijos a pesar de sus catorce años. La vida fue tornándose rutinaria, normal en el destierro. En el vaivén de las jornadas, no se percataron del paso atroz del tiempo: un día, Paula Juárez, despidió a su marido y se quedó con sus tareas hogareñas, el cuidado de los niños y el que esperaba en su vientre ya pesado. Por su parte, Don Jesús -promediando las faenas rurales- se quedó adormilado sobre el caballo… o eso fue lo que creyó el boyerito, su incansable compañía. Lo cierto es que, a los treinta y tres años, había muerto.
Sesenta días después, nacía una niña a la que bautizaron, a la usanza de la época, Paula. Esa niña, apellidada Quinteros Juárez, sería mi abuela materna. Es que los ecos de la sangre siempre traen melodías y es necesario ejecutarlas para no darle lugar al viento.


Juan José Mestre.

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