domingo, septiembre 16, 2012

RASGUÑA LAS PIEDRAS






Ir al cine con Leti era una buena costumbre de los viernes por la noche. Yo iba, puntual, a las nueve, y mientras proyectaban la primera película esperaba su llegada de Rosario, estimada para unos veinte minutos después. Un rito que ambos necesitábamos (o por lo menos yo, porque nunca se lo pregunté a ella) para reforzar la sensación de pertenencia, de que algo nos unía en aquellos días de ostracismo. Es que todos  se habían ido a estudiar y otros eran víctimas del terrorismo de Estado. A propósito, nunca olvidaré aquella noche rosarina que nos encontramos en un bar muy acogedor de Zeballos y Buenos Aires que se llamaba  Van Gogh. Después de un buen rato de charla, decidimos ir al departamento de mi tía Tata, a dos cuadras de allí, sobre Nueve de julio. A mitad de camino, abrazados, caminábamos despacio en el frío de  aquel otoño y de pronto, de la  nada, un patrullero de la policía provincial se detiene en el cordón y el cana que iba adelante, nos pregunta:
-¿Adónde van?
-Al departamento de mi tía, contesté
- ¿Y donde es eso?
-Acá, en nueve de julio.
-Documentos.
Se los dimos.
-¿Ustedes qué son?
-Novios, le dije casi sin pensar, pese a que nuca lo fuimos.
-Bueno, los acompañamos.
Dicho y hecho. Fuimos con el patrullero a la par el resto del trayecto. Cuando abrimos la puerta, un toque de sirena a modo de despedida, selló su partida. Un rato después, en un taxi de confianza, Leti se fue al Pensionado Madre Cabrini.

Aquí, en Venado, era todo más tranquilo, Te vigilaban, pero de lejos. Y las salidas del ccine eran apasibles, casi si empre con llovizna. Íbamos hasta la casa de ella y yo continuaba mi camino. Si estaba Uqui Estellés, seguíamos los dos despacio hasta la calle España, en silencio, nos dábamos un beso y luego yo jugaba el indecible placer de perderme entre la niebla.



© Juan José Mestre en un aniversario más de La noche de los lápices.

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