lunes, agosto 27, 2012

Mi viejo, la tortuga y yo




El año 1963 fue, para mí, una especie de despertar. Con ocho y medio, había comenzado a caminar un tiempo atrás y comencé la “militancia política”. Eran los años de Illia y había cierto entusiasmo    por su figura. Con el peronismo proscripto, se notaba una cierta efervescencia postelectoral por un lado y mucha indiferencia por la no participación del partido mayoritario. Esto  es lo que escribo ahora, pero  por aquel tiempo bullía yo de fervor por la campaña electoral de unos meses antes. Es que estaba muy involucrado en ella. A tal punto que salía a volantear casa por casa de las calles Saavedra, Rivadavia. Castelli y Roca, es decir: mi manzana. Iba todas las tardes al comité de la UCR con mi padre y allí me daban folletos y papeletas para que repartiera… Mi padre y yo, mi padre. Hombre liberal (del liberalismo bueno, aquel del laisser faire). El hombre que nunca confrontó con nadie de la casa sus ideas políticas. Todos, aquí, eran peronistas porque por Evita y por Perón habían comenzado a comer manteca todos los días. Ellos, que habían conquistado las ocho horas de trabajo porque en los ferrocarriles ingleses mi abuelo debía volver a salir cuando aún no se había sacado las botas de recién llegado. Él, mi viejo, que trajo a Illia candidato al Teatro Verdi. Él, que me hizo abrazar a ese hombre ejemplar que debió sufrir el destrato siendo Presidente. Ese médico rural metido a político  porque el partido no quiso que Balbín se desgastara para ni siquiera llegar al poder. Aquel al que designaban como “la tortuga” por la supuesta lentitud para tomar decisiones. Landrú y Tía Vicenta,  Y los medios. Esos mismos de hoy en día. Mi viejo,  al que mi madre le preguntaba “¿a quién le voto Gallego?” y él respondía: “Cada cual con sus ideas”. Él, que me dijo eso mismo unos veinte años después cuando le pregunté si me podía afiliar al MID. Mi padre, que se peleó con sus correligionarios que lo invitaron a festejar la muerte de Eva, aunque no le gustara el “buchoneo”  de los estúpidos de siempre. Ese hombre, callado y respetuoso, cuya biblia era el tango Yira yira, se dio el mismo lujo que aquel presidente de los sesenta: Arturo Humberto Illia salió derrocado por la puerta principal de la Rosada. Mi viejo, entró al cielo por la puerta grande.

© Juan José Mestre.






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