La llovizna es casi un fantasma desvaído en el estertor de la noche
Los perros, curiosamente, se llaman a silencio en la doliente niebla urbana, llanto primerizo del otoño, cubre los rostros apurados por el frío y las prisas de la hora. Nada más frío que la brisa intemporal casi en el origen de lo eterno. Los árboles lloran su quietud inerme.
© Juan José Mestre
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