Pepe siempre estuvo presente en
mi vida. No tuve mucho contacto con él, pero me marcó para siempre. Era uno de esos hombres
irrepetibles, que dejaban huella en tu alma. Desde muy niño oí hablar de él: mi
abuela, costurera de la casa Ansaldi en sus años jóvenes, siempre decía que
Pepe era el único que la trataba bien cuando iba a entregar sus trabajos. Mi
madre, niña aún, también lo recordaba con mucho cariño. “”Negrita” le decía.
Él, a la sazón, era un joven impecablemente vestido y muy elegante, me dijeron.
Contaba mi madre que nunca había podido olvidar, siendo adolescente ella, la
elegante parejita que formaba con Carmen cuando paseaban del brazo por Alberdi
entre Alem y Tucumán, adornada ella con
sus trenzas dibujando un rodete que siempre fue
su sello. Pepe siempre estuvo presente en mi vida. De niño, a través su
amistad con mi tío Leandro. De adolescente, lo reencontré en la casa de Leti, en el estudio jurídico, en la
amistad que cultivé con sus hijos. Es curioso como se entrecruzan los hilos de
lo cotidiano a veces. Conocí a Cristi –su sobrina- cuando ella tenía doce
años, estuvimos en contacto un tiempo y
después dejamos de vernos por nueve, más
o menos. Pero Pepe siguió estando en
devoción que le profesaban sus hijas Mary, Titi y Pachi, amén de Joe, por
supuesto. Debo decir, a estas alturas, que a María Teresa –una de sus hijas- no
la conozco. Vive en Buenos Aires desde siempre.
Pero Pepe siguió estando en lo usual de mis días. Cuando volvió la
democracia, me afilié al MID y estaba
allí con Roberto Martino, conduciendo el comité local. Así estuvo Pepe en mi
vida: una presencia querible, el hombre que siempre se paraba a la par cuando
paseábamos con la Cristi y le decía: “Tené cuidado con ese tipo”. De mi madre
me queda tal vez la última referencia
que tuve de él, antes de caer enfermo: “Tuteame Negrita, hace tanto que nos
conocemos…” De su vida pública escribirán otros. Yo, simplemente, quiero
recordar a ese hombre que, en cierta forma, es parte de mis más queridos
recuerdos…
© Juan José Mestre
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