lunes, octubre 01, 2012

EL PERRO LANUDO




Que la literatura para niños deja mucho que desear, no es ningún hallazgo. Escrita por adultos, los autores  plasman todos sus miedos, frustraciones e infortunios en formas de seres odiosos, hechizos, cuestiones raciales y brujos para decirle a un chico lo que es correcto o no. Lo cierto es que los libros infantiles son verdaderos lavados de cerebros, como el Tío Tom, el de la cabaña, al que le podían hacer cualquier cosa, pero  el debía ser sumiso,  bueno y adorar a sus amos. Una bajeza total. Y abundan los ejemplos. Uno de ellos fue el cuento de EL PERRO LANUDO que mi padre supo comprarme en 1959, apenas apareció. Me lo trajo y nos sentamos él para leerlo, yo para escucharlo. No recuerdo nada del cuento, salvo que a medida que avanzaba el relato, la voz de mi padre cobraba en dramatismo y la cosa se ponía más densa. Cuando terminó, yo rompí en llanto, un inconsolable llanto que, cada vez que lo recuerdo  me retrotrae a aquella angustia. Toda la familia a retarlo a mi padre y yo me tuve que consolar solo. Una verdadera bazofia. Con todo este lío, nunca más me compraron un cuento: yo, agradecido. Cuando apareció María Eena Walsh y Clara Whtty me regaló el long play con etiqueta verde ya tenía diez años y había descubierto a Mark Twain.

@ Juan José Mestre.


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