viernes, octubre 12, 2012

LA COMUNIÓN






El 8 de noviembre de 1964 tomé mi Primera Comunión. En realidad, todos los chicos católicos lo hacíamos. Pero llegar a ello fue un arduo camino. Marga Graciano, mi maestra por aquel entonces, hizo las veces de catequista y el Padre Ernesto Borgarino me tomó un pequeño examen que aprobé sin dificultad. La dificultad surgió cuando la curia venadense se dio cuenta de que no podría arrodillarme. Me negaron rotundamente  la posibilidad de recibirla por ese motivo. No hubo caso: por más que rogara y pidiera mi madre por una excepción, se mantuvieron firmes. No se podía tomar la comunión de pie y mucho menos senado. Ya vencida, mi mamá le comentó el hecho a la tía Pepa de De Diego, hermana de mi padre y con llegada al clero. Sin dudarlo, mi tía fue a hablar con el obispo y consiguió la venia. Fue el día más feliz de mi infancia. A las ocho de la mañana me dieron la comunión y recuerdo que a la salida fuimos todos a formar frente al colegio Santa Rosa. A las diez estábamos en casa y mi tía Pepa me esperaba con un reloj pulsera que había comprado el Padre Jorge  De Diego en Rosario y una torta  amarilla y blanca.  Eran los colores del Vaticano, pero acá todavía no se sabía. Por la tarde, vistió el patio con manteles, guirnaldas, platos y vasos de esos colores. Cuando terminó la fiesta con más de cincuenta invitados, una breve tormenta de verano se llevó todo consigo. Sólo quedaron algunos globos como recuerdo. Me quedó la felicidad de aquel día perfecto, sin fisuras. Para  mañana faltaban unas pocas horas y había que sacarse la foto en el Estudio Bianco, muy de moda por entonces.

© Juan José Mestre.

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