lunes, marzo 07, 2011

PROSA DISLOCADA



 
 
La candente memoria del día ensayaba búsquedas equívocas, imprecisas, sin rumbo, como si el levante hubiera errado su emplazamiento. Nada estaba en el orden lógico esa mañana. El sol, rojizo anillo en un cielo extrañamente gris, descolgaba sus rayos perpendiculares desdeñando la mayor parte del paisaje; una obscena oscuridad se adueñaba de todo lo que evidenciara vida en la pradera. No podía explicarse el motivo del malestar que lo asaltaba. Era un dolor -brusco y solapado- entre el pecho y el sexo que lo seducía y excitaba como si exigiera una cópula inmediata, urgentemente demoníaca, placentera y desgarrante. La vista, entre tanto, no variaba: una sola excepción a este desenfreno ominoso, lo constituía el sereno balanceo de una rosa blanca jugueteando con la brisa raramente intranquila. Cayó de bruces. Mordiendo el piso, sintió esa incongruente sensación de estar en paz y en el infierno. Todas sus identidades habían comulgado. (Negro perfecto e irrebatible). 


© Juan José Mestre


 

No hay comentarios.: