viernes, noviembre 17, 2006

EL CEMENTERIO


FOTO: (C) Jorge Vázquez



No voy a explicarlo. Simplemente llegué. Paré el motor del auto y me quedé sentado allí. La puerta principal del cementerio estaba enmarcada por una cruz y una leyenda política pintada con aerosol. Sí. No voy a explicarlo, porque todos los que son de acá saben perfectamente cómo se llega al cementerio. Cuando comencé a tomarme el trabajo de escribir esto, dije: no sé cómo fui a parar allí. Debí haber dicho: no sé por qué fui a parar allí.

De cuando en cuando echaba una mirada al cielo, a pesar de la luz a gas de mercurio que la municipalidad había instalado en toda la extensión del frente sin darse por aludida de la inutilidad de aquellas columnas o, por lo menos, con la intención de ganarse la simpatía de los deudos que, en definitiva, constituían toda la población de la ciudad y sus alrededores.

- Papá, yo no sé por qué no vivís más con nosotros. ¿Es porque me porto mal?

- No, no. No es porque te portás mal.

La puerta del cementerio dejaba ver sus calles oscuras y desiertas. A esa hora parecían la cosa más absurda hecha por el hombre.

- Entonces, ¿por qué papá?

Absurda. La cosa más absurda hecha por el hombre.

- ¿Por qué papá?
-
- El amor es como un juguete. Se rompe y entonces…

Sí. Absurdas. Esas calles ahora eran absurdas. No tenían sentido.

- …se tira.
- Cuando yo tengo un juguete que me gusta, por más roto que esté no lo tiro.

Y bien, ahora me doy cuenta. El amor no se rompe; se rasga y va adoptando distintas formas. Hasta la transformación total. Y es en ese instante en que uno lo abandona creyendo que se terminó. Las calles del cementerio estaban hechas para que la gente caminara por ellas de día. O las almas –si es que existen y necesitan de las calles-, de noche. Me pareció ser muy semejante a Hamlet. Sólo que yo no tenía un cráneo en la mano ni me atormentaba con su eterno dilema: “ser o no ser”; para mí esa frase no significa una disyuntiva, implica dos posibilidades frente a la vida: Ser o NO ser. El amor que yo tenía por mi mujer bien podría haberse transformado en amor hacia mi hijo. “Nada se pierde, todo se transforma”. Pero en esa metamorfosis hay cosas que toman irremediablemente el camino hacia la nada.

Dicen que la humanidad estará salvada mientras haya amor; que un ser sin amor no puede vivir. Que no se puede ser ateo nunca completamente, pues en un simple adiós se invoca al Señor – a la mayúscula la utilizo por costumbre, no porque signifique algo para mí- y entonces, ¿qué? Yo no amo, no creo en Dios y, sin embargo, vivo. Existo.

La radio emitía solamente música y, muy de cuando, una noticia y un aviso. Hay horas en las que la máquina de la sociedad de consumo detiene un poco su ritmo, no para reparar los destrozos que causa en los hombres con su publicidad repetida por enésima vez en un día, sino porque son pocos los que se someten a la tortura continua de escuchar o ver un aviso, ya sea en forma de pantalla televisiva, afiche o letrero luminoso. La música era “para todos los gustos” según decía el locutor que hablaba a través de una cinta magnetofónica, pero para que yo pudiese oír algo de “mi” gusto habían de pasar, en interminables seguidillas, tangos, valses de Strauss, samba, cumbia, música progresiva, nocturnos adaptados o no, ritmos africanos, arias de ópera, folklore… y toda esa mezcla escapaba por la ventanilla y se trepaban por las cruces de las tumbas. A los muertos no les molestaba o por lo menos no manifestaron lo contrario; y ahí estaba solo con mi radio., de modo que nadie podía reprocharme que perturbaba su descanso.

Las nubes se amontonaban en el norte empujadas por el viento sur y la lluvia ya no era más que una niebla espesa. Siempre me gustó establecer diferencias. Ellos y yo. Ellos son materia. Yo soy materia. Pero viva. Y ellos, muerta. Alguna vez ellos también han tenido vida; yo seré como ellos alguna vez entonces, la diferencia es ahora. A mí me importa el AHORA. El pasado hizo posible. Porque lo conozco. Y el futuro también. Porque lo conozco. A mí me importa el AHORA. Y el AHORA es esto: VIVO, SOY, EXISTO.

Puse en marcha el motor y me alejé rápidamente, zigzagueando por la humedad del pavimento. A medida que aumentaba la velocidad, me repetía constantemente: VIVO. SOY. EXISTO. ESO ME BASTA.




© Juan José Mestre, 1974

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