lunes, junio 28, 2010

MOLINO ROJO

Muchas veces nos encontramos ante situaciones imprevistas. Esto no es ninguna novedad: la vida está repleta de ellas. Claro que me tocó vivir allá por el ’75 fue muy especial. Después de mucho esfuerzo para reunir el dinero, discutir hasta el hartazgo con un curso dividido por niñerías en un país que se desangraba, logramos llegar a un acuerdo para hacer nuestro viaje de egresados a Villa Carlos Paz. Estando ya instalados y dispuestos a pasar una semana de diversión en las sierras cordobesas, la segunda noche desembarcamos en el boliche bailable “Molino Rojo”. Ni bien entramos y sin decir agua va, un tipo se quiso levantar a mi vieja que, a la sazón, tendría unos cuarenta y tantos años y estaba con el cabello de un muy sentador color champaña. Este suceso le valió siete días de bromas, cantitos y chanzas por parte de todos nosotros. Pero no quiero irme del hilo conductor del relato. Como decía, entramos al lugar vírgenes de todo conocimiento sobre el mismo. Un largo pasillo que cada se hacía más oscuro, desembocaba en las instalaciones propiamente dichas; envueltas en una oscuridad casi absoluta, iluminada con luz negra y mesas en diferentes niveles con veladores intermitentes por un momento y enloquecidos por otros, más el humo y la gente y la música y el vértigo y la música y las luces y la oscuridad y yo qué sé qué más, hicieron que desembocara en plena pista de baile. En ese preciso instante hubo un apagón total y yo quedé con la casi nula referencia de algún que otro cigarrillo en manos y bocas de los bailantes. Con esa perspectiva, miro hacia adelante y alcanzo a adivinar una escalera que, me apresuré a deducir, desembocaba en el nivel superior. Con el mismo envión que traía, comencé a subir dicho elemento: con alguna dificultad que atribuí a la suela casi sin gastar de mis flamantes zapatos charolados, estuve más o menos en la mitad de la subida. Fue ahí que levanté la vista y me percaté de la irremisible verdad. Un bulto venía hacia mí con la velocidad de un bólido. Mi mente elaboró la imagen en un microsegundo: “¡¡¡tobogán!!!” “¡¡¡Cuidado abajo!!!”, gritó el bulto y la conciencia hizo que cayera en un resbalón seco y perpetuo. También, lo que Newton jamás podría explicar: cómo se viola la ley de gravedad en tales condiciones. Salí indemne gracias a los brazos siempre atentos de un compañero. Salí de la pista con la dignidad casi intacta. Fin de la historia. La noche terminó tranquila en aquel fresco amanecer de septiembre.


© Juan José Mestre

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