No me pidas el templado dulzor de mi piel.
Sal es el único sabor que mi desnudez
puede brindarle a la suavidad de tu lengua:
lame esa llaga lujuriosa y báñala
con la tersura de tus senos.
Arrastra tu pubis hacia el barro de mi entraña.
Llora, después,
el placer de haber caído.
© Juan José Mestre