viernes, marzo 31, 2006

Otra carta de amor


Querida mía:

Los árboles abandonaron la sombra del crepúsculo para arroparse con su propio manto. Ya no hay luz afuera –y en mi alma. En la mañana, tal vez retorne ese errático enloquecer por la luminosidad del cielo sin tus ojos. Ahora, me entrego a la muerte iridiscente del lecho sin tu desnudez sonrosada por los jazmines rondando tu pubis. Ahora, muero el exacto tiempo que me llevará recuperar el maravilloso dulzor de las bayas negruzcas de tus senos. Es que no puedo vivir sin ti, remolino suave que embriaga las sienes de mi otoño. Pero cedo mi vida en pos de la tuya. Sabes vivir tu primavera. Nada tengo que decir. En el ocaso, me hechicé con el alba escrita en tu pelo. Eres trigal y no páramo, canto y no esa sombría ave del mutismo que se cierra tras la alberca. No puedes seguir mis pasos lentos. Debes correr por la pradera. Límpido cielo de septiembre, tu vientre ha jurado germinar en hijos. Hazlo. En nueve lunas estaré, inquieto, esperando los frutos rizados de tu semblante repetido en ramos tiernos. Tal vez, te atrevas a acunarme junto al niño, ahora que quiero volver al sueño calmo del invierno.

Te beso en el ensueño de los ángeles.

Yo, que tendré otro amor para llevarme.

© Juan José Mestre

jueves, marzo 30, 2006

Elipsis

El silencio me mira,

observa con cautela

las arrugas de mi frente,

ojea mi ropaje de nómada,

adivina la diáspora en mi mirada,

atisbo su recelo en el céfiro inesperado,

nos quedamos frente a frente como dos gladiadores

esperan a la muerte maliciosa, aún cuando no ha elegido

su presa de tenaz chacal etéreo, cínico lenguaraz de la carroña.

© Juan José Mestre

martes, marzo 28, 2006

Si todo en la vida

Si todo en la vida se reduce a ausencia, yo soy una más entre los árboles. Cubro mi ser en el follaje para escapar de ti, porque te quiero. Porque te quiero, elevo nubes humeantes en pos de tu olvido. Busco que este telón viscoso de la noche me preserve del recuerdo. Porque te quiero, vivo encerrado en esta choza con paredes de octógonos, malla de cielo ambiguo que tanto se parece al infierno. Me alimento de memoria, ese raído lienzo de presencias acotadas, fugaces, inconstantes. Porque te quiero, la soledad de Heráclito es mi estigma y el devenir, mi sino. Cambiantes soles se suceden y nunca son iguales; sí más oscuros. Los he opacado para no develar mi rostro. He acallado pájaros y colores por no mostrarme y que me veas. Porque te quiero, teñí de negro el blanco de los nardos. Que ni el más mínimo reflejo ose adivinar mis huellas. Porque te quiero, no quiero que me intuyas. Es que sufriré por lo mucho que te quiero y sufrirás por lo mucho que me quieres. Tal vez, un día de aquellos que deje ver las simas del océano, la gloria extrañada de una segunda fuente cante loas a los exiguos desechos de un cráneo lloroso, con las cuencas plenas de desquicio.

© Juan José Mestre

lunes, marzo 27, 2006

En este deambular de los espejos

Foto: Miguel Jaramillo

En este deambular de los espejos, lo humilde de las dunas asombra. Es el más singular plagio que se pueda hacer del infinito.

Una y otra vez, se reproducen las ondas troqueladas por el viento en la fuga permanente de la arena.

Es esa alteración imperceptible de la imagen tergiversada en el cristal de la luna cuando aparece al mediodía, mitad humo, mitad nube.

Fantasmas que se corren por milímetros en su orfandad de sueños. Lémures que, en la paradoja mayor de la utopía, crecen con la borrasca idealizada del cuarzo.

En el rubor del contorno incierto que es la vida, las dunas y el espejo se abochornan de la quietud del cielo: tan fijo, tan azul, tan sosegado que no pueden reflejarlo.

© Juan José Mestre







domingo, marzo 26, 2006

Oigo el interno viento

Oigo el interno viento

-seco y frío-

y un torrente de acíbar


va y viene como un perro fiel

que lame las heridas

aunque sea afilado cual la pena


Canto rodado circula por mis venas

rompiendo el tejido de mi origen

allí donde muere el dulce limbo de la fábula

y la bestial risa del ardid


Un brillo extraño se guarece en mis ojos

cuando la luz se hace innegable

o lo obsceno silba mi disoluto canto

y desangro en las aristas del rubí

el rumbo sin periplo del agua

que corre por el sueño de un peregrino



© Juan José Mestre

sábado, marzo 25, 2006

Acabar con los ocasos

Acabar con los ocasos

es negarse a esperar

a que amanezca

es el fin de la quimera

de un beso en tu vientre

recostado en medio de la estepa

es opacar la lascivia de tus labios

entreabiertos a la luz húmeda

que riega la blancura de los nardos

es pedirle a tus muslos

que no canten el coro de carmines

escondido en la floresta

es rozar la mata de tu pelo

sin conocer la textura de la seda

que se escapa entre los dedos

acabar con los ocasos

es suplir la noche por algo tan vago

que no contenga el ansia de tus senos

ni mi delirio tirano de poseerte en lo etéreo

del gemido que se quiebra con la penuria

del último soplo de la rosa

© Juan José Mestre


viernes, marzo 24, 2006

Por el ideal y por el canto


Por el ideal y por el canto,

pero también por la locura

de estar vivos.

Por las voces que resuenan

en el aire putrefacto

-badén de los olvidos-

entono esta elegía

chorreada de lágrimas fangosas

y el sueño desquiciado

de un día como hoy

o de mañana.

© Juan José Mestre

Rutinas y Otras Sendas: Dos almas

Rutinas y Otras Sendas: Dos almas

Acre

Acre es el olor de la carne y de los huesos,

el humo de las balas, el desprecio;

la lluvia amarga por estar bañada en sangre,

el adoquín retumbando plomo.

Acre es el recuerdo a medias,

el trivial canto de una misa

cuando el horror no ha callado

todavía.

Acre es la cal para resecar cadáveres

en una fosa común donde no crece

la hierba macilenta,

ni una flor, ni una espina.

Acre es el río muerto al que alimentan

aviones sembrando estragos,

la tierra corrompida por el fango de la historia,

la electrizada luz de un picaneo lujurioso,

Acre es el sabor de la pólvora malparida,

El crujir de un retoño pisoteado en la negrura,

el cerrado graznido de los cuervos

o el llanto disonante de los niños.

Acre es la justicia que avanza

y luego, cobarde, se repliega.

O el brillo eclipsado del machete,

que por más que lo frenen siempre se desboca.

Acre es el llanto de un pañuelo

luchando por la memoria de esos vientres

que parieron con dolor treinta mil hijos

para que tres mesías de la Bestia los chuparan.


Holocausto de las aves,

acerbas lejanías de las tumbas,

rezongo sin fin desde la muerte,

oración del nunca más, por la memoria.

© Juan José Mestre

jueves, marzo 23, 2006

Historia Constitucional Argentina

Cada vez que viene a mi mente aquella mañana otoñal, un escalofrío recorre mi espina dorsal. Iba yo a dar mi examen final de Historia Constitucional Argentina cuando el chofer del "bondi"* me dice: si vas para el centro, ni loco entro, ¡hay mucho quilombo!**. Cerró la puerta en mis narices y salió disparado hacia los suburbios. Luego de media hora de espera, un taxi se apiadó de mi terca actitud de querer llegar de cualquier modo y me llevó -haciendo un rodeo que evitara todo el centro de Rosario justamente para arribar al corazón de él- mientras me explicaba: "Los milicos están dando batalla a unos Montoneros que coparon el techo de La Favorita***". Y me dejó a dos cuadras del hermoso edificio art decó que hasta hace unos días albergara a la Facultad de Derecho y que fuera destruido por un incendio. A cincuenta metros del comando en jefe del segundo cuerpo de ejército, me vi envuelto en una maraña de tanquetas y fuerzas de infantería que partían velozmente al punto del conflicto, ubicado apenas ocho cuadras de allí. Los disparos de metralla eran perfectamente audibles; el caos era tan patente que sólo atiné a agachar la cabeza y tratar de entrar a la facultad.
Lo que pasó adentro, es otra historia.
El ambiente semejaba un convento de clausura: luces amarillentas, voces acalladas, murmullos lejanos, casi nadie en los pasillos y mucho menos que nadie en las aulas, daban al conjunto un aire de irrealidad casi rayano a la locura. Si el mundo había terminado de pronto y yo no había caído en la cuenta, entonces ése era el fin del mundo.
Cuando entré al claustro que habían asignado para el examen, tres alumnos aguardaban que concluyera la amena y despreocupada charla de los profesores. Estaban distendidos, seguramente aliviados por el poco tiempo que les llevaría decidir sobre nuestra sapiencia.
En el momento que por fin comenzaron a ocuparse de su tarea, nos hicieron presentar nuestras libretas, que era mucho más expeditivo que la engorrosa labor de pasar lista, hasta encontrar a cuatro nombres entre los ciento cincuenta inscriptos.
A mí me tocó el último turno. Durante casi una hora, el letargo que producía el monótono repiqueteo de las ametralladoras y el diálogo dispar que se daba entre mis ocasionales compañeros y los catedráticos, me sumió en una modorra de la que sólo salí en el momento en que me llamaron para rendir. Todo transcurrió sin tropiezos: hablé sobre mi tema, y luego ellos preguntaron, preguntaron y preguntaron. En un momento dado, algo me sacudió el sopor. La sirena de una ambulancia que pasaba por la calle Balcarce. Me di cuenta entonces de que estaba hablando del despotismo ilustrado en Rusia y de su representante, Catalina La Grande...
No recuerdo cómo subí al taxi que me llevaría a un lugar seguro. Lo que sí sé es que le pregunté al conductor si podía pasar por el centro. "No, pibe, los Montos todavía están rodeados y no se entregan."
Me relajé. Había terminado bien el día: con mi Historia aprobada, ya podía volver a casa para preparar la próxima, que estaba bastante cercana por cierto.


© Juan José Mestre


* Bondi: colectivo, transporte público urbano.

** Quilombo: burdel. En Argentina, lío, desorden.

*** La Favorita: tienda tradicional de Rosario (ya cerrada).

Olor a botas y fusiles

Fotograma del film Garage Olimpo




"La vileza del sable que amenaza"
Almafuerte, La Sombra de la Patria

Había olor a botas y fusiles. Aquí, en el pueblo, la noche tenía una tensión extraña. Recuerdo que aquel otoño de tres días se sucedía sin muchas estridencias y el clima era plácidamente cálido. Lo único que indicaba la intranquilidad reinante eran los ecos de Buenos Aires. Con una televisión casi en ciernes, llegada vía microondas desde Rosario, poco era lo que se sabía. No obstante, a través de la onda de Radio Colonia, Uruguay, y de los periódicos, se sabía que la caída del gobierno de Isabel Perón era un hecho. Claro que en la casa, los temas pasaban por otras aristas: al día siguiente llegaba mi prima Rosita desde Río Tercero, huyendo del escarnio porque se había escapado del hogar paterno para convivir con un policía que finalmente la abandonó. Ese tema era mucho más fuerte que cualquier noticia sobre política. Lo cierto es que el golpe militar estaba en plena marcha desde mucho tiempo atrás. Ricardo Balbín cerró las puertas de juicio político a Isabel y ésta, a su vez, en 1973 les había dado vía libre a las fuerzas armadas para exterminar a la “subversión”. No quedaban más palabras. El país se hundía en la noche más profunda y horrorosa de su historia. López Rega caía, pero surgían otras bestias para hacer de la Argentina una ignominiosa cárcel adornada con papelitos del Mundial de Fútbol y alimentada con torturas, sangre y muerte. Mi prima Rosita llegó en un micro a las siete de la mañana del 24 de marzo de 1976. Había que ocuparse de recibirla y acogerla en la casa. Isabel iba a la cárcel. Poco importaba por estos pagos. El exilio de mi prima quedaría registrado en mi memoria como un símbolo de todos los destierros axiomáticos, palmarios e impulsados por el fundamentalismo mucho más atroz de la llamada doctrina de la seguridad nacional. Después, se sabe lo que pasó.

© Juan José Mestre






miércoles, marzo 22, 2006

2 a 1

Suerte que hoy está claro. Voy a poder pedirles a los presos comunes que me vayan cantando cómo va el partido. Estos sí que están en la gloria. Tienen radio, pero a nosotros no nos dejan ni leer un libro. Suerte que mi viejo, cuando me blanquearon, pudo hacerme llegar La Biblia con ese cura que conoce. Bueno, él se conoce a todos los curas con lo chupacirios que es. Claro que fue una suerte poder leer un poco después de tanto tiempo. Lo que te mata acá adentro es no poder hacer algo. ¿A ver qué dice el Cacho de la hora? ¿Ya las tres? Uy, ¡empezó el partido! Independiente-Racing. Va a estar bueno saber un poco. Gracias a Dios que aprendí el lenguaje de las manos, porque si no… ni de esto me enteraba. Es que los pabellones están alejados y casi no se ve. Ya van para dos años que estoy encerrado acá en Coronda. Me acusan de haber baleado varias casas en Venado. Yo le digo al coronel que nunca tuve un arma en mis manos y este hijo de puta me pega con el puntero en la yema de los dedos y vuelve a preguntar. Es cierto que estaba con los Montoneros, pero siempre me negué a la violencia. Si me agarraron justamente por eso: fue como quedar entre dos fuegos. Parece que Bochini la está rompiendo. Por la rendija me hacen señas que el rojo gana 1 a 0. Al menos, hay algo que comentar entre los compañeros de la barraca. Pueda ser que no se nuble así tenemos un rato más de luz. Acá te dan tiempo hasta que comas y después chau lamparita. El griterío en los pabellones señala un gol. Voy a fijarme: empató Racing, pero faltan quince minutos; no estamos muertos todavía. Bah, del partido estoy hablando, porque acá adentro… Voy a preguntar; me parece que algo pasa. Creo que algo le hicieron a los milicos. Lástima el sol en contra que no nos deja ver lo que dicen de los otros pabellones. Un estruendo infernal. Gol de Independiente. Estamos bien. Estamos bien… Ya casi termina el partido. 2 a 1. Dormiré por lo menos con esta alegría: por el partido y por mi viejo, que tal vez presienta que estoy contento. Del cacho ya no se ven ni las uñas.

© Juan José Mestre

martes, marzo 21, 2006

Crespones Negros

La urbe está vacía de palabras,
crespones negros
ondean su lamento entre el dolor y el aire.

Un mástil sin escrúpulos
ensarta mil huesos inocentes,
cientos de rostros grises sin nombre ni futuro.

Crespones clavados en los ojos,
asomando
como lenguas negras en el estupor de los labios.

Envolviendo recuerdos y lágrimas,
tapizando aceras,
acunando silenciosas cunas.

Negros, como la pena honda
que hace nido en la piel
y que detiene un reloj sin manecillas
en la sorpresa de un charco de sangre.

Sudarios que oscurecen el sol
trazando un rastro rojo sobre la faz del día…


Lola Bertrand
(España)






Pancarta

Título:

Pancarta de Enrique Raab : detenido desaparecido el 17 de abril de 1977

Descripción Física:

1 pancarta

Notas:

Contiene: foto y selección de artículos escritos por Raab, publicados en el diario La Opinión entre 1973 y 1975

Temas:

PANCARTAS - PERIODISTA - DETENIDOS DESAPARECIDOS

Personas Nombradas:

Raab, Enrique

País/Región:

ARGENTINA

Categoria:

PANCARTAS

Centro Participante:

Madres de Plaza de Mayo - Línea Fundadora

Solicitar citando:

MADRES Pancartas R

Soy nada más que esto. Una pancarta. Vivo traspapelado en los anaqueles de la injuria, privado de todo, con mis huesos tirados en cualquier parte, mis ojos vidriosos y admirados –confundidos- de mirar desde este lado, el de la muerte. Ya no ruego ni suplico. Ya no puedo ser más que un cartel hecho de retazos de mi vida y de mis sueños. Sí, claro que tenía hijos, familia, luchas por las que vivir. Y luché. Por ellos. Por ustedes. Por todos. Las mazmorras no me vencieron, porque la ignominia jamás vence. Como jamás vencerá todo aquello que ataque a la condición humana. No soy más que una pancarta. Pero mi rostro no es una figura solitaria en este espejo del revés. Hay muchos más. Y mientras estemos en la memoria que grita por justicia, hostigaremos al tiempo para que escriba con azul cielo –treinta mil veces- la historia que nos robaron en la noche más oscura del estigma ruin, envilecido.

© Juan José Mestre

lunes, marzo 20, 2006

No alcen la voz

No alcen la voz.

A la vuelta de esquina esperan agazapados, bestiales, con picanas sucias de carne chamuscada, submarinos de estiércol y de heces. Lo más vil y despreciable de cualquier clase está en sus garras, cobardes asesinos de ideales, apetito brutal y traicionero, horror de pezones desflorados y testículos cercenados, cantos gregorianos en los goles, alabanza de la muerte y ofrenda oprobiosa de la vida ajena en los pozos.

No alcen la voz.

Que los niños nacen y las madres mueren en la esma. Que en los bosques caen las bombas y en las calles atruena la metralla.

No alcen la voz.

Que las heridas aún sangran y los muertos quieren salir de las fosas. No alcen la voz. La rosa negra del río se abre en remolinos de lava y el caldo de la memoria es un hirviente frío de cuencas vacías.

© Juan José Mestre

domingo, marzo 19, 2006

Dos almas

Dos almas que se aman más allá de todo edén. Un sueño hueco muere en la noche. Este beso plagado de avernos, esta caricia preñada de lavandas hurtadas a la piel que no se siente. Esta desnudez que nos encarcela en el canto de algún búho. Jadeo de cartón piedra, grito de yeso inerte por no transigir a la relente de la hierba. Mis senos que te esperan y te anhelan de carne como ellos, un bolero que se escucha y el letargo que por fin duerme y se queda, inmarcesible rosa de pétalos caídos bajo la furia de mis poros, junto a tu presencia enarbolando tules en el espejo prendado del zarcillo que brilla en la cercana lejanía de la nada…

© Juan José Mestre


Podrán decir...



Podrán decir que soy un soñador, pero no soy el único.

John Lennon.

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Provocar la metáfora y que el grito solapado sea oído. Hacer de las palabras, mares de vida que en lo hondo lleven elegías escritas en algas. Inventar sueños y esperanzas que sabemos, no tendrán eco. Escribir a la paz para que nos respondan con guerras. Decir, una y mil veces, que nuestra vida sí importa. Que nuestros niños son iguales a los otros. Y nos contesten con una hambruna. Vociferar -¡porque lo merece, carajo!- que, como poetas, no permitiremos que nos roben la belleza, nuestra herramienta de trabajo. Invocar a los dioses aún a sabiendas de que nos responderán con demonios. Vociferar y que se enteren de que la palabra es nuestra, mientras suyo es el ruido sordo de las balas. Que pongan las barbas en remojo, que al final los venceremos. Pues una simple pluma puede más que todos ellos. Bramar ríos de vocablos que lleven correntadas de palomas, que substituyan a los halcones. Desdecir a la geopolítica fratricida con la pureza de unos versos bien escritos. Levantar banderas de palabras que sean aptas para abatir a las banderolas de piratas. E intentarán acallarnos, veremos cómo derrumban nuestros sueños; pensaremos que somos locos, pero sólo por tiempo limitado: nosotros tenemos el fuego primigenio. Los pobres, los parias, los descastados, los exiliados, los mártires, los hambreados, los pulverizados y los poetas. Saber que el verbo sirve para la pelea. Que desde él se atizarán brasas de aquel fuego que surgió con el mundo que no es de ellos. Para que no nos silencien y vuelvan a los cuarteles. Con la testa bien doblada.

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"Podrán decir que soy un soñador, pero no soy el único."

© Juan José Mestre.

sábado, marzo 18, 2006

El tiempo es un ladronzuelo

El tiempo es un ladronzuelo. Turbión de locura hecho espiras, desgrana las cuentas de los días con su sigiloso juego de guantes blancos. La rutina de actuar como señores de la totalidad de la que sólo somos una parte, nos atrae mil veces al mismo atajo donde la vida debe detenerse por fuerza. Asfixiados, terminamos con la última cuenta de una sarta, ahora inexistente, aferrada con el delirio que hiende la carne al saber que es la final, definitiva parte de un designio. Eso fue lo que sentí cuando la muerte se llevó a mi padre. Eso que no sé cómo se llama, quizá porque forme parte de los más recónditos misterios de la savia que alimenta a las auroras. Eso que canta en el alma con el noble recuerdo de un cumpleaños. Precisamente hoy, la mañana se ha cubierto de pájaros mansos, relucientes de miradas que se funden en la fragua que destila todos los colores. Precisamente hoy, la mirada clara de mi viejo se despertó en mi alma con ganas de comprarme figuritas. Ahora puedo decir que esta noche habrá birra en las copas y toda la sonrisa del gallego cuando rueden las tapitas. Y yo tendré un abalorio más entre los dedos.

© Juan José Mestre

2006-03-18

viernes, marzo 17, 2006

Les diré que te recuerdo

“Cuando los ángeles pregunten por ti, les diré que te recuerdo.” Desde mis más lejanos años había escuchado esta frase en los labios de mi abuelo. En árabe adquiría una ternura cautivadora. Apenas dos estrofas de una antigua canción libanesa que seguramente había perdido en su bagaje de inmigrante. Las pronunciaba casi pudorosamente, como un rezo inacabado, lamentación atávica de tanto exilio.

Los años fueron aquietando los recuerdos y en esa duermevela de la mente quedaron refugiados. Un día de mediados de los setenta, en pleno otoño y con la pachorra de la siesta sobre mis hombros, caminaba yo por las calles de Rosario mirando en las librerías aquello que se vendía como oferta.

No sé por qué me detuve en una mesa donde se exhibían libros viejos, justo enfrente de uno que estaba al lado de La Metamorfosis de Kafka. Tenía tapas rosadas y su título hizo un tumulto en mi alma: “Les diré que te recuerdo”, de Wiliam Peter Blatty.

Lo tomé en mis manos temblorosas, pagué los pocos pesos que valía y me senté, conmocionado, en un banco de la peatonal Córdoba a hojear aquel tesoro de tres monedas. Al autor lo conocía por El Exorcista -¿quién no?-, pero en sus páginas me aguardaba la más excepcional biografía de mi abuelo hecho madre de un escritor norteamericano.

De eso trata el libro: una amorosa mujer libanesa que se desangra por el amor a su hijo. Todos los detalles, por nimios que sean, son un calco de la vida y las acciones de ese hombre que fue mi amigo cuando yo no los tenía.

Lo he leído cientos de veces hasta que creí que debía dejarlo descansar junto al sueño del abuelo. Hoy está casi intacto en la mesa de noche de mi madre. Digno lugar para vivificar recuerdos de esa juventud que aún hoy vuelve de paseo y se queda un rato, juguetona, displicente en su sutil melancolía.

© Juan José Mestre

jueves, marzo 16, 2006

Hoy no quiero soñar



Hoy no quiero soñar. El futuro se hundió con el ancla de la esperanza. En lo más profundo del abismo reposa todo el canto y todo el fuego. Los espejos no devuelven más que un alejado vacío de nieve avergonzada. Petirrojos lánguidos bordean lo poco que resta del jardín abandonado. Huero surco de la vid sin sarmientos para sostener racimos. Vino agrio de la esencia inmaterial que soporta todos los confinamientos. Hoy no quiero soñar. Las olas han vencido el encanto de todas las riberas. Una ráfaga repentina me recuerda el mero hecho de estar vivo.

© Juan José Mestre

miércoles, marzo 15, 2006

Virgen de otoño









Longevidad caduca de las hojas llevadas por el viento, el otoño baña tus cabellos con el brillo inexplicable del dorado. Aislado de todo, el contraluz se adueña de tu rostro. Cautivo de la sombra, desnuda toda la belleza del ocaso en tu perfil de ámbar. Azuladas, unas pocas nubes juegan con el tornasol en el distraído periplo de tus orillas recostadas en la hierba. Los últimos pájaros del estío –negligentes testigos del embrujo- beben la lisura de tu piel desde los cielos. Éxtasis devorando ambrosía, el fin está llegando. Cuando hiera la noche, me cubriré de ausencias demandantes de lo impuro y convertiré el llano en malecón inabordable. Tal vez, al volver dentro de un milenio, te encuentre así, vestal indemne, y puedas darme lo que la fugacidad de lo perpetuo en el ocaso desencadenó en cascadas de cristal y luz para que yo – bestial e impuro- no te rozara.

© Juan José Mestre

martes, marzo 14, 2006

Su nombre era Alma

Su nombre era Alma. Ni siquiera recuerdo cómo es que lo recuerdo. Ha pasado tanto tiempo desde aquel mediodía en que nos conocimos…
Golondrina que vuelve al norte, sólo fue eso: un fugaz intento de amor entre equinoccios, el sabor de sus labios en mi boca, un leve rozar de sus senos contra mi pecho y la fragilidad de sus brazos forjando mariposas en mi cuello.
Desesperanza en sus ojos negros, suave hojarasca que anuncia marzos que agonizan, su trémula voz adolescente fue nada más que una canción de adiós, trunca cadencia de una promesa balbuceada de regresos, acorde inconcluso por el paso de un tren ignorante de todo, reclamo de ausencia, memoria de paso, un ulular de melancolía en los rieles centelleantes de sol y de congojas.
Fue un amor de minutos y una infinitud de eternidades. La brevedad de varias vidas enajenadas por la certeza del imposible.
Una sonrisa tenue se dibujó en la levedad de su boca. Debo irme, me dijo, justo cuando el sol se escondía detrás del andén de las épocas.
Las violetas, ocultas por el verdín que imploraba su paso acariciante, se entregaron a la muerte más dulce para que pudiera regalarle un ramillete. Un instante hecho sinfín de azul duró la despedida.
Aún recuerdo su paso hendiendo el tedio sobre los generosos durmientes mientras yo quedaba, inmóvil, con el Alma en la boca.

© Juan José Mestre